lunes, 31 de diciembre de 2007

No hay campeonato pero hay escabeche y cerveza



Las mentadas de madre a todo pulmón han quedado atrás, ahora sólo nos queda comer todo el escabeche de pollo que podamos y beber toda la cerveza que el cuerpo permita; otra vez el campeonato se le ha ido de las manos al Once Estrellas, pero no vamos a llorar por ello sino a emborracharnos que la vida no está para lamentaciones sino para encarnar en este momento a unos epicúreos de barrio.

Once Estrellas es un equipo de fútbol de la liga experimental de San Gabriel Alto, Villa María del Triunfo, Lima (Perú). En febrero de 2008 cumplirá 31 años de creado. Hasta donde recuerdo en toda su historia no ha campeonado en la liga del barrio, quizás lo haya hecho en algún campeonato relámpago en sus primeros años. Pero ahora todo es distinto en el fútbol, antes se jugaba por amor a la camiseta y ahora por dinero, antes en terrales y sin árbitros, ahora en canchas reglamentarias de césped y con arbitraje de la vil maquinaria de la FPF.

El equipo ha sido fundado por ‘Pedrito’, un vecino cincuentón oriundo de Lunahuana, y por algunos entusiastas vecinos deportistas. De ellos sólo ha sobrevivido ‘Pedrito’, quien ya no anda en las correrías del equipo con sus contemporáneos fundadores, sino –como dicen los chicos de hoy- con la ‘batería’ adolescente que es ahora la hinchada que ha traspasado el jr. Miguel Grau, y se ha extendido calles más allá y hasta Europa como no.

Por muchos años el equipo había estado atrapado en la segunda división de la liga, las veces que disputó la final para ascender a primera perdió, pero nos ha dejado algo para recordar, mucha emoción. Ascendió hace tres años por puntos (que no es un regalo sino que ahora ascienden dos y no sólo el campeón), y este domingo 23 de diciembre del 2007 jugó su primera final en primera. Hasta allí la presentación formal.

Los hinchas del Once Estrellas –que suelen ser unos zascandiles- son en su mayoría vecinos de la calle y alrededores (no son todos porque el club no es monedita de oro); pero desde hace algunos años ha sumado a simpatizantes de calles más lejanas por alguna razón extraña, tal vez porque los otros clubes son más cerrados y el nuestro no se reserva el derecho de admisión, y son bienvenidos por igual los formales funcionarios de la Sunat y los borrachines de las esquinas.

En la final del domingo los roles estuvieron repartidos así, los sufridos hinchas del equipo siguen sufriendo (que para eso están), mientras el otro equipo se tapona los oídos para no escuchar el sinsabor de los que pierden. Llevamos la maldición del Municipal, no hay vuelta que darle.

Todo anda mal, para empezar me he perdido el primer tiempo porque fui al vetusto y pobretón estadio a la hora pactada, y me entero que el partido empezó una hora antes (maldita informalidad). Así mientras una hora antes acompañaba a una amiga que odia el fútbol a comprar sus regalos navideños, los algo más de 200 hinchas asistentes del Once Estrellas han gritado a todo pulmón el único gol del equipo.

Este hincha ha llegado suelto de huesos al artesanal estadio, paga su entrada y repite la cábala (que parece ser no es la correcta), alejarse de la barra e irse a occidente con pocos hinchas, algunos dirigentes, dos camarógrafos y un par de exaltados que ningunea a quemarropa a los jugadores de mi equipo.

Este cronista ha ido (a diferencia de la última vez que jugamos una final, con su fiel mp3 que tiene las canciones que bajó un día antes de la web oficial de Robi Draco, es un hincha que no se enamora del grupo Caribeños, es más bien dark). Prefiero estar solo porque no me salen las mentadas de madre junto a la barra, prefiero escrutarlo todo en silencio y ahogar los gritos en respiraciones entrecortadas y el violento latir de mi corazón.

No necesito decir que el equipo está lejos de practicar el jogo bonito, más bien se parece a la selección, pero sin Pizarrón ni metrosexuales en la cancha, y tiene más bien a algunos reciclados de la Copa Perú y alguno que otro chancadito como el Chorri del Especial del Humor. Para la memoria nos queda la voz del maestro Tim hablar del toque de sabor, Ají no moto; y para este momento el toque de la hiel, perder.

Como hincha seguiré inventando un motivo para seguir yendo al estadio para ver jugar al equipo, aunque haya jugadores que se abandonan al destino y sólo les interesa cobrar sus honorarios. Voy y seguiré yendo porque tal vez uno de mis hermanos es dirigente de mesa, y el otro el único jugador titular del equipo que juega sin cobrar, amor por la camiseta en los tiempos del todo se compra todo se vende. Debo precisar que los jugadores vienen de todas partes de Lima, y sólo dos o tres son del barrio.

En el estadio casi cuadriplicamos en número de hinchas al otro equipo, por momentos todos saltan como si al hacerlo se salvaran de ir al infierno. Están presentes la inmensa banderola con los colores del equipo, el papel picado, el bombo, la matraca, sólo falta el gol que marque la diferencia. Tenemos la misma camiseta que la selección brasileña, esa es la histórica indumentaria aunque alguna vez hayamos usado la del Bayern Munich por la moda Pizarro.

El otro equipo es un conjunto irregular, su cualidad es asustar con pierna fuerte, escupitajos, golpes secretos, insultos, no es un gran equipo pero hace lo suficiente con la rudeza del juego. El Once Estrellas trata de jugar de una manera romántica, pero por desgracia aquí la figura del héroe es un lastre, siempre hacen una de más y no juegan en conjunto, dos o tres quieren llevarse la gloria y asegurarse un mejor contrato para el próximo año. Para variar al árbitro le gritan de todo, fuera y dentro de la cancha; hay que tener vocación suicida para arbitrar donde si te linchan no te salva nadie.

Faltan cinco minutos para el final y el otro equipo mete el gol decisivo. Los minutos finales los dedico a reflexionar sobre la naturaleza de los hinchas (tener esperanza está bien para los chicos de 15 años pero no para mí). Los hinchas son de alguna manera la expresión moderna de la remota tendencia de formar grupos de machos para la caza (así se me antoja interpretar al zoólogo Desmond Morris). Y las mujeres –claro- se quejan a menudo de que vayamos al estadio con los amigos y se ponen en la absurda posición: ¿tu partido o yo? Ellas pasan pero el equipo no se va nunca.

Cada vez hay más chicas en la barra, ya no es raro ver a algunas vecinas gritar más fuerte que algunos hombres (por mientras más que yo). Es un espectáculo verlas perder la compostura y soltar más ajos y cebollas que una avezada verdulera de la Parada. Hay detrás de la hinchada una hermandad tácita de solidaridad que ha roto las diferencias de género (así ya no podrán quejarse las chicas de Flora Tristán y Manuela Ramos).

En el estadio somos todos casi iguales. Nos reunimos para beber cerveza como Homero Simpson y gritar como descosidos -y como no- buscar chicas lindas con la mirada en el intermedio, es que ellas son el intermezzo entre el cielo y el infierno, ganar o perder. Aquí nadie viene a hablar de la Crítica de la Razón Pura, ni de las últimas medidas tributarias del Ejecutivo de cara al TLC; no, aquí se viene a vivir nuestra animalidad.

El partido ha terminado, hemos perdido. No hay lágrimas sólo amargura, y algunas carajeadas secretas. El entrenador (que lo hay y no hay), maldice la falta de previsión, que no se haya citado a los jugadores una hora antes del partido y que estos lleguen con las justas, que hayan faltado jugadores clave, que no se haya presionado en mesa por que en el otro equipo haya jugado un tipo sin la indumentaria completa. Es la historia de siempre, hay que joderse por ser un equipo de barrio, hay que joderse porque somos el espejo de lo que existe en la FPF y el fútbol dizque profesional del Perú.

Nos vamos al barrio con la cara baja, algunos como si nada. El otro equipo con sus cuatro gatos ocupa la avenida con su banderola, nosotros nos dispersamos como hojas arrancadas de los árboles. No hay actos violentos como en anteriores finales, donde algunos seguidores se agarraban a fierro, puño, pedrada, lo que haya a la mano; como el equipo aquel que tenía hinchas que eran poco menos que delincuentes, y que no tenía problema en invadir la cancha, parar el juego y arrojar piedras con intención de matarte porque les van ganando 5 a 0.

Ya en el barrio las penas se olvidan. Las botellas de cerveza invaden la calle, y esta se cierra y no pasa ningún automóvil. Como de costumbre la casa del fundador es el punto de reunión. Decenas de personas forman distintos grupos, el club es eso, compartir conversación y los platos de escabeche de pollo que salen generosos de mano en mano.

Todo es filmado (el partido también obviamente), para luego enviar esta grabación a los socios que viven en Europa, quienes religiosamente envían cada mes sus aportes para los gastos del club. Uno de ellos está en Madrid, y ese domingo 23 a él poco le importa el clásico español sino como le fue al Once Estrellas.

Toda la tristeza de no campeonar se nos va de encima, hacemos de tripas corazón y la gente se entrega al bullicio, y se ahoga ríos de cerveza hasta la madrugada. El próximo año nos irá mejor (siempre hay que decir eso para engañar al ego herido). Cerramos las ventanas del campeonato 2007, y abrimos la puerta del 2008.

Con el amanecer la calle queda con los rezagos de la sombra bohemia, los borrachos de siempre han dejado el barrio con aquel olor acre. ‘Pedrito’ limpia todo, como siempre. Seguimos nuestras vidas, es víspera de navidad.

Como corolario hay que decir que el equipo que ganó fue el Mariátegui, por un marcador de 2 a 1; pero que consiga su blogger para narrar su victoria. El segundo lugar nos ha dejado 600 soles de premio (aproximadamente 200 dólares), hemos perdido los 900 restantes del primer lugar; pero la campaña debe haber costado cinco veces más que el premio del subcampeonato.

La historia del Once Estrellas es muy larga, pero estamos obligados a simplificar 30 años de alegrías y de penas. Quedan pendientes las broncas callejeras de antología, y la muerte de uno de los hinchas acérrimos, Juanito, cuyo rostro llena la banderola del equipo. Nos espera una fiesta por los 31 años, y vender la publicidad de la camiseta para financiar el 2008.

jueves, 13 de diciembre de 2007

En el país de los cedros (aunque no haya ninguno)


Había encargado a la recepcionista del hotel que me despertara a las 5 de la mañana (que para mí es la profundidad del sueño), para prepararme e ir hacia Rioja (la ciudad de los sombreros). Y así empezó esta pequeña aventura, que además de soñolienta fue rápida y ¿furiosa? Además de ser el último día de noviembre.

Llegué a la comunidad de El Cedro porque me dijeron en Tarapoto que aquí encontraría la escuela 0843 El Cedro, y yo debía ir porque así estaba establecido en el programa de trabajo con el gobierno regional de San Martín.

De entrada al pueblo me doy cuenta que el tiempo de la canícula es crónico. Mientras más nos adentramos pareciera que nadie vive aquí, sólo dos perros nos ladran a lo lejos como para contradecirnos. Hemos tenido que caminar algo más de un kilómetro desde la carretera de trocha hasta la escuela, porque la crecida del río Pacuyacu se llevó el camino, como para recordarnos a los que venimos de la ciudad que estamos en una zona rural, donde la espesura de la selva es el revés del cielo y la turbia serpiente infinita que es el río Mayo nos mira desde arriba, aunque creamos que esta a lado de la carretera Fernando Belaunde.

La comunidad, a diferencia de lo que había pensado al principio, nada tiene que ver con la soledad del silencio, aquí el sol hace hervir la vida entre los gritos de los chicos de la escuela en el recreo que luego veríamos.

Herlin Guerrero, el director de la escuela que desde febrero del 2005 ingresó a formar parte del Proyecto AprenDes, luego del compromiso de la comunidad y las autoridades educativas; nos da la bienvenida con la calidez de un hermano. No nos conoce pero nos abre la puerta de la escuela para ver cómo trabajan en ella.

A partir de aquí empieza el trabajo de adentrarnos en una escuela rural en medio de la selva peruana. Estoy lejos de ser un hombre rural pero tener frente a la escuela una inmensa montaña verde debe ser lo mejor para un niño que va a estudiar. Esto es la pasantía pero me resisto a contarlo desde el lenguaje de los especialistas de la educación, porque no lo soy, soy sólo un amago de cronista en medio de la espesura selvática.

Ya el grupo está completo, dos directores de DRE, una ex ministra de Educación, especialistas en educación de distintas regiones, representantes del Ministerio de Educación, los dos maestros de la escuela, los alumnos y algunos padres de familia.

Al entrar al aula nos recibe una niña encargada de la comisión de bienvenida. Los niños del tercer hasta el sexto grado de primaria –que son los que enseña Herlin- nos miran curiosos. Por un segundo se quedan en silencio y luego reaniman la clase. Estamos allí para observar el trabajo en el aula.

“Me quiero mucho, somos inteligentes y si podemos hacerlo”, dicen a coro los niños de la mesa del tercer grado. Es su forma de empezar el día, y lo encabeza la monitora, que de alguna manera es la auxiliar del maestro en este grado. Ellos son los encargados de poner orden, y les recuerda a los compañeros que no se deben usar palabras vulgares en el aula, y mucho menos pelear. El cargo de monitores es rotativo nos dice Herlin, “ser monitores es parte de la formación de líderes y todos tienen su oportunidad”. Otro cargo al que aspiran los niños es el de alcalde escolar, pero este se alcanza mediante una democrática elección escolar.

El aula es una fiesta de color –como deben ser- hay papelógrafos con textos de los chicos, dibujos, hasta una bodega donde todo se hace más real al momento de hablar de la importancia de la bodega de la comunidad.

Los chicos trabajan con las famosas guías de autoaprendizaje –las cuales han sido validadas por los maestros en distintos talleres nos cuenta Herlin- es gratificante ver a los chicos leer por ellos mismo las guías, y como entre ellos mismos se preguntan para asegurarse de haber entendido. Es lo que se llama hacer del alumno el protagonista de su propio aprendizaje.

Las clases empiezan a las 7.55 a.m. y terminan a las 1 p.m. A las 10 a.m. toman el desayuno que les proporciona el Pronaa (las madres de familia van rotando para prepararlo), luego viene el recreo. Cada día es una aventura el ir y regresar a la escuela, eso lo sabe bien Elsie Cruzado, la niña del cuarto grado que es la que más lejos vive del colegio; 50 minutos de ida y otros de vuelta, en su recorrido es acompañada por sus compañeros hasta cierta parte, luego debe llegar sola. No le es extraño encontrar todo tipo de animales durante su camino.

Luego del recorrido de las dos aulas de clases, la biblioteca, el comedor, nos reunimos todos (los niños siguen en clase) para conversar sobre lo que hemos visto. Irene Gutarra, la gerente técnica de AprenDes inicia el debate sobre nuestras apreciaciones. Todos cuentan lo que les ha parecido, y hablan de la realidad de sus regiones. Pero sobre todas las intervenciones resalta la metálica, aguda (no sé como describirla) voz de Herlin explicando el trabajo de su escuela. Es sin duda un Quijote en medio de la selva, un ser sacado de aquel apartado rincón del mundo para decirnos que el Perú es eso, una promesa, acaso una leyenda paralela a la carretera, como oculta pero no.

La comunidad

En la comunidad viven unas 150 familias nos dice Herlin. Estas se dedican al cultivo del café, arroz, además de criar ganado. En las tardes la cancha frente a la escuela –que luce hoy como un terral- se llena de gente para jugar fútbol y voley bajo el abrasador sol; es la diversión del pueblo, aquí no hay electricidad nos lo recuerda.

Esta escuela multigrado se destaca por el entusiasmo, iniciativa y voluntad por mejorar cada día en los aprendizajes de los niños. Aunque Herlin y la segunda maestra del colegio, Sandra Ríos, no viven en la comunidad se han involucrado con los padres al grado que estos apoyan en la hora de la lectura, y desde luego participan de lleno en el día de logros. Esta es una escuela donde los padres se han tomado en serio su rol de acompañantes en el proceso educativo de sus hijos. Y para no quedarse atrás hasta han participado de un concurso de comprensión lectora, con un jurado externo para no tener problemas dice entre sonrisas Herlin.

Una de las tareas a realizar en el 2008 es reforestar algunas partes de la comunidad –una hectárea nos toca a la escuela- dice Herlin. “Este lugar se llama El Cedro pero cuando la gente viene no hay ninguno, es porque antes estos fueron desforestados por personas de otros distritos. Ya tenemos nuestros plantones de cedro y caoba gracias a Inrena, y los chicos y nosotros nos encargaremos de esta tarea”.

Es hora de despedirnos así que viene la foto de rigor de todos los alumnos, visitantes, maestros, frente a la escuela. Nos espera la caminata de regreso hasta la movilidad (afortunadamente no hay mosquitos). Volver a toda prisa hasta retomar la carretera Fernando Belaunde a la altura del kilómetro 450, y de allí ir más rápido que una combi asesina de Lima, a más de 130 KM por hora por momentos (furiosos) para poder llegar en casi tres horas a Tarapoto, y no perder el avión de regreso a la ciudad.

En el camino sólo nos hemos detenido para beber el agua helada de unos cocos, es que el calor ya nos había deshidratado y no habíamos llevado agua (ni desayuno ni nada); por ello si va a un lugar como El Cedro no olvide llevar sus chelitas para el retorno –pero que no beba el chofer-, ahora que te hidratan con cuatro botellas por 9.50 soles (así es la competencia dicen).

sábado, 24 de noviembre de 2007

La granja Björkhólica de la avenida Javier Prado


Sólo tengo sensaciones en la cabeza, es lo que me ha quedado hasta hoy impregnado como una imagen auditiva indeleble tras el concierto de Björk en Lima. Antes de seguir debo confesar que fui al concierto pero no estuve entre los que pagaron su entrada, sino detrás del escenario, o sea entre la Av. Javier Prado y el Vértice del Museo de la Nación. Así que esta es una historia del concierto de Björk desde la trastienda de los fans, esos que no se iban a perder la oportunidad de escuchar a su cantante vanguardista favorita por no tener el dinero; al fin y al cabo qué es el dinero para alguien que quiere estar cerca.
Tenía la boca cerrada y los ojos abiertos cuando escuché en el microbús que ella venía en noviembre a Lima (menos mal que ya existen los reproductores de MP3 para esos viajes largos), cuando mi garganta tragó un golpe de saliva por la sorpresa. Primero había que ser incrédulo para luego pasar a la ansiedad. Era verdad, venía a Lima en el apogeo de su carrera y no cuando seamos unos viejos viviendo del recuerdo.
Había que pensar como obtener una entrada pero si no lo lograba igual había que ir. Y así llegó el día, martes 13 de noviembre, martes 13 como para contrariar a la mala suerte. 8 p.m. montado en el microbús, luego caminar desde la Av. San Luis hasta Aviación. Rodear el Vértice del Museo y estar allí.
Los revendedores luchando por vender las últimas entradas, y yo pensando como saltar los muros. Había llevado como amuleto a mi adolescente prima C, ella no es fan de Björk pero le gustó la idea de ser unos piratas de extramuros. Extramuros, porque enclavada en la mitad de Lima había otra ciudad fuera de esta, donde lo etéreo bordeaba los lúgubres chifas y pollerías de la Av. Canadá, y el país de las combis asesinas de la Av. Javier Prado.
No pude ver la fauna de la cola (siempre es divertido ver a esta gente en todos los conciertos) tan sólo a los últimos que llegaban presurosos, algunos en taxi y otros a pie. Faltaban breves minutos para las 9 de la noche, entonces C, que por cierto tiene un cierto aire a Björk, a una Björk del tercer mundo, delgada, bajita, saltarina, con el buen humor en ristre siempre, y tan pálida que a veces parece de papel, se le ocurre que tiene que ir al baño.
Entonces con desgano nos vamos caminando hasta la Av. Canadá a buscar un restaurante más o menos decente donde C pueda entrar. Caminamos y caminamos y nada, hasta que el desespero me ganó y le dije aquí, entremos aquí, un chifa pollería de mal aspecto con un televisor grande pasando un video del Grupo 5. Pido un arroz chaufa que no como mientras C se demora ‘media hora en el baño’. La comida es mala, e intuyo que la ansiedad se ha derrumbado en el Vértice del Museo, el concierto debe haber empezado. Desde lejos presupongo que se ha desatado un griterío, entonces me digo a mí mismo: Deja que los miles de asistentes canten, griten, salten, son fanáticos, no tienen sesos, pero tú estás salvado del otro lado junto a ti mismo, junto a la fría cordura. Pero no puedo mentirme y salgo disparado con C a escuchar desde la ‘trastienda’, o sea la fría y puta calle.
Mientras nos acercamos los sonidos electrónicos invaden la ciudad. Esta ciudad cubierta por un infinito cielo concheperla dark bañado en matices sombríos, hace algo de frío. El inmenso anuncio de Donofrio nos roba la mirada un segundo, móvil neón que nos dice la hora y la humedad en la Lima, humedad casi al cien por ciento, somos peces.
Nos hemos perdido sus primeras palabras al público: Muchass grracciass we are very happy to be in Perú, en un castellano recontra masticado. Pero la energía que va empezar a desbordarse no diferencia los idiomas, lo único que importa es que ella no deje de pensar en el efecto exterior de su música, en ese momento nuestra estética no consistía en otra cosa que sentir y entender lo que ella ha creado. Vamos a volar sobre esta ciudad perversa, eso es lo que importa, y una manera de salir por un breve momento de esta existencia es a través del goce estético de escucharla (o al menos estar cerca). Y así pasó Hunter.
Ya estamos detrás del escenario, en la Av. Javier Prado, estamos todos los ‘animales de la granja Björkhólica’; hay de todo en esta granja, jóvenes, adolescentes, viejos en terno y en jeans. Esta tácita cofradía es un club de tíos alpinchistas que no lloran por no estar en el concierto, pero si lo hacen nadie se ha dado cuenta; ellos escuchan, hablan, caminan, beben unas chatas de ron, otros están sentados en los sardineles del jardín del museo, como parroquianos que se beben un trago en el Yacana mientras un video de Björk está enfrente de sus mesas. Y así van pasando Earth Intruders, Bachelorette, Innocence.
Sentados, en silencio algunos se dicen cosas sin hablar: tú eres como yo, llevas un demonio dentro que gusta de la música de Björk, pero a veces te cuesta dejarlo libre si no estás en el concierto, y aquí te asfixias, pero démosles un nombre a estos demonios para sentirnos aliviados, somos ‘animales de la granja’ que viven su epifanía. Estar fuera no impide escuchar y sentir la música.
Pero los fans son animales que se dejan llevar por el instinto, y los animales no piensan y empujan la gran puerta de fierro que se abre por momentos para que pasen y salgan esos mastodontes del 911. Faltó muy poco para abrir de par en par aquella puerta que se interpuso entre ella y nosotros. Si no se pudo con la puerta otros lo intentan subiendo los altos muros ayudados por los más intrépidos, el primero que lo logra empieza a filmar desde allí y decide luego saltar los 4 metros de altura hacia adentro. No sabemos que ha sido de él, esperemos haya llegado. Lo curioso es que la espalda del escenario tiene una publicidad enorme anunciando el concierto del día siguiente, Toto. Y así pasa Joga.
Había pasado más de la mitad del concierto y llegó lo que para mí era el momento cumbre de la noche, mi canción favorita del Post, Hyper ballad. En ésta Björk dejó cantar a la gente, se podía oír hasta afuera, y el famoso Reactable se podía sentir haciendo vibrar el aire que respiramos. “We live on a mountain right at the top there's a beautiful view from the top of the mountain every morning i walk towards the edge…” Estábamos sin duda en nuestra montaña tirando porquerías para empezar un buen día, en este caso terminar una buena noche. Pasa también un memorable Declare independence.
Alguna vez leí en una novela de Kazantzakis “¡Maldita sea la belleza! Pues carece de corazón y no le aflige el dolor humano”. Pero esta noche la belleza está en lo que estos animales sentimos por dentro en silencio, como esponjas de imágenes, sonidos, perdiéndose en nuestro cielo interior para confrontarse contra el universo del arte.
Quedan muchas cosas por decir, como caminar junto a unos periodistas maldiciendo no poder entrar a cubrir el concierto. Escuchar a unos chicos que habían viajado 30 horas en bus desde Ecuador para verla. Las correrías por desarmar el escenario y llevarse los equipos de sonido y las luces, evitar que un enorme camión nos atropelle. Resumiendo, si había personas que en los últimos tiempos hayan esperado casi sin esperanza eran los fans de Björk, pero ya pueden estar felices.
De recuerdo nos quedan los videos en Youtube, y aquella voz endiablada de Valquiria. Pasé algunas horas de mi vida con los hermanos de la granja, desde entonces no temo nada sólo que Dios o el Diablo borren de mi memoria esos momentos vividos, el recuerdo de aquella sensación sonora, la voz Björk traspasando los muros, las puertas de fierro, y rompiendo el frío de la ciudad. Sin duda ella le había dado voz a una naturaleza que asomó entre sonidos humanos y de la gran máquina.
Hay que tener en cuenta que los hombres tenemos una capacidad limitada de energías para cada momento, y hay que dosificar en cada cosa que hagamos; pero luego de esa noche me fui cargado de buena vibra por un buen tiempo. Ahora sólo quedaba irme con C a tomar mi microbús en la Av. Aviación, y esperar que si Björk vuelve otra vez a Lima estar dentro para contar la historia pero del otro lado del muro.