lunes, 21 de mayo de 2012

Julio Iglesias en Lima: de Quijote a Mío Cid



La noche se asoma con algo de frío, estamos en Lima. Cuatro o cinco mil personas esperan ansiosas al cantante que representa los mejores momentos de sus vidas, Julio Iglesias, ese hombre que ha hecho de sus canciones un ‘artefacto’ suave e íntimo, adornado con una cualidad envidiable de comunicador y un atractivo físico que ha sabido usar en su carrera.

Julio Iglesias está parado en el escenario con puntualidad marcial. Como un mago que saca del sombrero algo para crear una ilusión, muestra su imagen de galán que le ha hecho ganar todo, vender millones de discos, tener las mujeres más hermosas y ser dueño de lo más precioso que un hombre puede tener en la vida, libertad y tiempo para vivir lo que uno quiere vivir.

Pero esa imagen de “Quijote” se ha convertido esa noche en un “Mio Cid” que lucha por no ser desterrado de la ilusión de algunos, pero al final cae vencido. Los años pasan, los años pesan, los años son cadenas que nos arrastran a los cuarteles de invierno.

Llegó más que puntual al Jockey Club. Tengo hambre, y aunque por mi estado de salud no debería de comer grasas devoró el choripán más caro que he pagado en mi vida. Esa noche soy como una foca que necesita grasas para hacer más fuerte su ‘american skin’.

 Mientras espero el concierto imagino la explanada como un descampado donde alguien va iniciar un tiroteo, espero tantos shots para abrir este corazón ilusionado por tantas canciones de Julio Iglesias.

Pero este tiroteo no fue al corazón. Entonces es mejor dejar de lado ese juego de palabras tomado de un titular de un diario inglés: El Chelsee es campeón de la Champions league en un tiroteo de penales.

 Empezó el concierto y Julio Iglesias rompe la noche con Quijote, lo escucho y quedo atónito. La voz que escucho no es la que esperé. Es una voz quebrada, una voz herida, acaso una total desilusión. Saluda a Lima, que en ese momento son esas miles de personas. Nos cuenta que desde hace tres horas está rodeado de médicos, que se ha inyectado cortisona para desinflamar la garganta y que recuerda que su padre (médico) le dijo que nunca lo haga, que ha estado a punto de cancelar el concierto; pero no podía hacer eso porque estaba cerca el Día de las Madres.

Luego de algunas canciones hizo una reflexión especial por el Día de la Madre, basándose en sus historias de amor. Explicó que la mujer es un ser superior al hombre por una sola razón, la de “ser mamá, pues es el amor más profundo que jamás he visto en mi vida”.

De cualquier tormenta los fanáticos o comentaristas son capaces de hacer un cielo azul, por eso me ha generado una sonrisa con sorna al leer por allí un comentario en la web de RPP sobre el concierto de Julio Iglesias; imagino que hay que ser ‘políticamente correcto’, que no estamos para ir a contracorriente.

Este oficio de ser periodista nos roba a veces el alma, pero yo no trabajo para ningún medio y creo este espacio para escapar de esta decepción.

La confesión brutal de este relato tiene que decir que es la primera vez que escucho un pésimo sonido para un concierto. Si Julio Iglesias tenía la voz débil a quien se le ocurre hacer resaltar su voz sobre la música, acaso es un poderoso tenor.

Hubo momentos en que el sonido no llegaba a las últimas filas, era patético. El momento más vergonzoso a mí entender fue durante el tango “A media luz”, el sonido nos mostraba a un Julio Iglesias vencido por una garganta infiel.

Aquella voz aterciopelada de los discos no era más. Julio Iglesias también se daba cuenta que la noche no podía ser peor, una garganta inflamada, un sonido malo, un público frío que no ayudaba, que había que sacarle calidez con cucharitas; era tarde, el Cid había sido desterrado.

En un momento de desesperación Julio Iglesias llama al escenario a ‘Germán’, que imagino debe ser su sonidista, le dice algo fuera de micro. Igual le hace señales con las manos cuando canta. Que le suban el sonido, que los instrumentos deben ser más potentes, que los putos parlantes son chupados por esa inmensidad de espacio abierto, sumados a los cerros surcanos cercanos que juegan en contra.

 La producción estuvo mal allí, y si es verdad que la prueba de sonido se hizo recién a las seis de la tarde, y que el cantante pidió le muevan una torre del costado para instalarlo en medio, jodiéndonos la vista a muchos, estamos todos mal.

Aunque con la voz quebrada hubo momentos en que arrancó del público que este coreara algunas canciones, como por ejemplo la famosa y sencilla de corear “Manuela”. Debo confesar que algunas canciones me hicieron olvidar el mal sonido y canté canciones como “Sweet lord” o “Me olvidé de vivir”.

Pasan las cosas tan rápidamente que uno abre los ojos y ya han sucedido tantas cosas que uno no se las cree. El concierto acaba raspando la hora. Me quedará en el recuerdo a un Iglesias intentando en vano que la gente cante “Un canto a Galicia”, canción poco popular pero de las favoritas del cantante, igual la gente no respondió aunque Julio haya contado la historia de esta canción, es un homenaje a su padre.

 El set list ha estado aceptable, pero igual nunca alcanza el tiempo para cantar tantas canciones que el público espera. Me quede con las ganas de oír “Hey”, “Diré”, “Momentos”, “Todo el amor que te hace falta”, “Por ella”.

Pero han estado presentes sus versiones de clásicos latinos, entre vallenatos y tangos. Debo confesar que cuando era joven (ahora soy un viejo achacoso) no me gustaba la música de Julio Iglesias, y no sé por qué razón desde hace unos cinco años me empezó a gustar y he bajado de internet cuantos discos he podido.

Es un cantante que canta momentos de nuestra existencia, entre tortuosos y felices. Nos canta sobre el amor, ese sentimiento hermoso pero también doloroso. En el recuerdo quedarán anécdotas como el beso con una de las coristas. La frustración de esperar más músicos en escena, acaso una pequeña orquesta, el verbo fluido del cantante que al final representó dos canciones menos por el breve tiempo del concierto.

Habrá que olvidar ese concierto, pensar que nunca existió, que nunca sucedió que Julio Iglesias se despidiera varias veces antes de perder la voz, olvidar que nunca pudo alcanzar las notas altas, que dejaba a sus músicos en escena para ir a trastienda a inyectarse quizás más cortisona o qué sé yo, mientras el saxofonista nos regalaba unos solos memorables.

Al final Julio Iglesias se despidió con “Me va, me va”, antes agradeció a Dios por dejarle terminar el concierto, por darle una voz acaso ‘in extremis’ antes de morir en el escenario.

Un amigo de la oficina me ha contado que Julio Iglesias es un cantante de estudio, un perfeccionista en este espacio, pero ya no está para dar conciertos. No sé se sea así, quiero creer que esa noche jugaron en contra una garganta irritada y un sonido malo. Aunque he visto en Youtube algunos momentos del concierto en Arequipa y dice cosas que me dejan pensando, si sería mal pensado usaría psicología inversa y creería lo que algunos piensan, más no sé.

Igual seguiré escuchando los discos de Julio Iglesias, descargando discos que aún no tengo. Recordando que alguna vez fui al concierto, y que si vuelve a Lima tal vez vaya otra vez, aunque con miedo. Como dice un amigo la gente va a verlo, quieren solo verlo, no entienden de razones, de exigencias, es el fanatismo. Imagino que debe ser así. Luego del concierto me voy decepcionado.

Ese Quijote es ahora un Mío Cid que corre montado en el caballo de la duda. En un día 12 de mayo hay un hombre esperando le devuelvan la ilusión, ese hombre soy yo.

lunes, 2 de abril de 2012

Una conferencia sobre Mario Vargas Llosa

Hace algunos días asistí a una conferencia donde el expositor Alberto Valdivia presentó una ponencia sobre Mario Vargas LLosa con algunos conceptos interesantes. Comparto con ustedes esa velada literaria.

viernes, 23 de marzo de 2012

Festival de orgasmos, Morrisey en Lima… I touch miself




Unos calatos, un travestido, un tío que no deja que coma un sanguchito de pollo, unas vendedoras caletas de Brahma vendiendo chelas a las tribunas; la noche tenía a sus extraños habitantes esperando unas canciones de la conchasumadre, así de categórico. Estaba allí, frente al cantante de esas canciones oscuras de mis días en el colegio.

Solía pensar que algún día llegaría el placer de sentir una sensación parecida a la que esperan los heroinómanos, acaso oquedades racionales y vivir lo que haya que vivir. No tratar de entender y cantar los himnos de tus frustraciones, compartir tu pena con el que está al costado, aunque en verdad estamos solos, la verdad es que esa noche estaba más solo que nunca, pero viviendo una felicidad fugaz.

Empecé a temblar de la emoción, era una situación incontrolable hasta la segunda canción. La primera: “First Of The Gang To Die” parecía cobrarse la vida de aquel tipo que era yo, un solitario en medio de miles de fanáticos de Morrisey. Toda mi humanidad, mi sangre, mis dolores, mis amores, mis odios, fragilidades; era secuestrada por canciones más tristes que los cielos del invierno limeño.

Maldije no haberme arriesgado a traer la puta cámara de fotos, pero tampoco se trataba de pasarme el concierto como un cojudo filmando. Lo que había que hacer era disfrutar de la música.

A mi lado estaba una pareja, era un chico veinteañero saltando y cantando hasta sacarse eso que llevamos dentro hasta que sale como un volcán en erupción, su enamorada también cantaba -en realidad trataba- pero era él, el fan. Así había varias parejas por donde estaba.

Parece que los más acérrimos fanáticos de Morrisey son hombres. Parece, digo. Pero yo estaba solo, como el caballero oscuro de la noche, pero vestido de blanco, porque así salí apurado del trabajo de “inmaculado heladero”.

En un arranque de locura alguien cantó convencido llévame contigo esta noche a cualquier lugar, no importa que nos choque un omnibús de 10 toneladas y nos saque la mierda; “el placer y el privilegio será mío”. Allí, en medio de los diez mil asistentes alguien habría dicho: “Mientras más me ignores más me aferro”, y así éramos todos jodidamente felices a nuestra manera.

Sucedió que esa noche un orgasmo musical se convirtió en un festival, y ese placer es como una pequeña tempestad de arena que cambia de dirección sin cesar, a veces nos hace llegar juntos en alguna canción; otras te toca a ti mismo llegar.

En mi caso creo que llegué al paroxismo con la trágica “There is a light that never goes out”, y con “Speedway”. Tal vez habría sido demasiado placer escuchar: “This charming man”, “Bigmouth strikes again”, “Heaven knows Im miserable now”, “Barbarism begins at home”, “Boxers”, “Interlude” o “Suedehead”; canciones ausentes en el concierto y en la gira Sudamericana, pero más vivas que nunca en el recuerdo, y con el sueño intacto de que algún día podríamos escucharlo en una próxima gira. ¿Por qué no?

¿Por qué me gusta la música de Morrisey? Por sus letras oscuras, dramáticas, historias de una vida de mierda cubierta con el más hermoso disfraz lírico; Me gusta también por su performance como showman, por sus ganas de joder con su sarcasmo british, como si el humor negro llegara a las venas a través de sus canciones.

Más de uno habrá esperado que Morrisey dijera: Chile, Chile, o alguna referencia ajena a Lima. Pero no, llegó diciendo que quería cantar en la ciudad de los reyes, y eso era bastante.

Es verdad que siempre extrañaremos la estructura musical que le daba Jhonny Marr a The Smiths, ese sonido envolvente y poderoso que nos hundía para siempre en la atmósfera de los ochenta. Pero ya no existe tal posibilidad y no hay que estar pidiendo imposibles a estas alturas de la noche, de la vida, nada. Caballero, a seguir escuchando las grabaciones de los conciertos en vivo de la época de The Smiths, y disfrutar en el recuerdo lo que Morrisey entregó en su concierto en Lima.

Creo que esa noche del 14 de marzo en el Jockey Club fue y no fue así. Cómo saberlo con certeza luego de esperar tantos años por un ícono de tu mundo musical. Al final hay que vivir ese orgasmo musical, pero como estoy solo I touch miself… o sea un pajazo. De eso se trata al final estas líneas.