sábado, 24 de noviembre de 2007

La granja Björkhólica de la avenida Javier Prado


Sólo tengo sensaciones en la cabeza, es lo que me ha quedado hasta hoy impregnado como una imagen auditiva indeleble tras el concierto de Björk en Lima. Antes de seguir debo confesar que fui al concierto pero no estuve entre los que pagaron su entrada, sino detrás del escenario, o sea entre la Av. Javier Prado y el Vértice del Museo de la Nación. Así que esta es una historia del concierto de Björk desde la trastienda de los fans, esos que no se iban a perder la oportunidad de escuchar a su cantante vanguardista favorita por no tener el dinero; al fin y al cabo qué es el dinero para alguien que quiere estar cerca.
Tenía la boca cerrada y los ojos abiertos cuando escuché en el microbús que ella venía en noviembre a Lima (menos mal que ya existen los reproductores de MP3 para esos viajes largos), cuando mi garganta tragó un golpe de saliva por la sorpresa. Primero había que ser incrédulo para luego pasar a la ansiedad. Era verdad, venía a Lima en el apogeo de su carrera y no cuando seamos unos viejos viviendo del recuerdo.
Había que pensar como obtener una entrada pero si no lo lograba igual había que ir. Y así llegó el día, martes 13 de noviembre, martes 13 como para contrariar a la mala suerte. 8 p.m. montado en el microbús, luego caminar desde la Av. San Luis hasta Aviación. Rodear el Vértice del Museo y estar allí.
Los revendedores luchando por vender las últimas entradas, y yo pensando como saltar los muros. Había llevado como amuleto a mi adolescente prima C, ella no es fan de Björk pero le gustó la idea de ser unos piratas de extramuros. Extramuros, porque enclavada en la mitad de Lima había otra ciudad fuera de esta, donde lo etéreo bordeaba los lúgubres chifas y pollerías de la Av. Canadá, y el país de las combis asesinas de la Av. Javier Prado.
No pude ver la fauna de la cola (siempre es divertido ver a esta gente en todos los conciertos) tan sólo a los últimos que llegaban presurosos, algunos en taxi y otros a pie. Faltaban breves minutos para las 9 de la noche, entonces C, que por cierto tiene un cierto aire a Björk, a una Björk del tercer mundo, delgada, bajita, saltarina, con el buen humor en ristre siempre, y tan pálida que a veces parece de papel, se le ocurre que tiene que ir al baño.
Entonces con desgano nos vamos caminando hasta la Av. Canadá a buscar un restaurante más o menos decente donde C pueda entrar. Caminamos y caminamos y nada, hasta que el desespero me ganó y le dije aquí, entremos aquí, un chifa pollería de mal aspecto con un televisor grande pasando un video del Grupo 5. Pido un arroz chaufa que no como mientras C se demora ‘media hora en el baño’. La comida es mala, e intuyo que la ansiedad se ha derrumbado en el Vértice del Museo, el concierto debe haber empezado. Desde lejos presupongo que se ha desatado un griterío, entonces me digo a mí mismo: Deja que los miles de asistentes canten, griten, salten, son fanáticos, no tienen sesos, pero tú estás salvado del otro lado junto a ti mismo, junto a la fría cordura. Pero no puedo mentirme y salgo disparado con C a escuchar desde la ‘trastienda’, o sea la fría y puta calle.
Mientras nos acercamos los sonidos electrónicos invaden la ciudad. Esta ciudad cubierta por un infinito cielo concheperla dark bañado en matices sombríos, hace algo de frío. El inmenso anuncio de Donofrio nos roba la mirada un segundo, móvil neón que nos dice la hora y la humedad en la Lima, humedad casi al cien por ciento, somos peces.
Nos hemos perdido sus primeras palabras al público: Muchass grracciass we are very happy to be in Perú, en un castellano recontra masticado. Pero la energía que va empezar a desbordarse no diferencia los idiomas, lo único que importa es que ella no deje de pensar en el efecto exterior de su música, en ese momento nuestra estética no consistía en otra cosa que sentir y entender lo que ella ha creado. Vamos a volar sobre esta ciudad perversa, eso es lo que importa, y una manera de salir por un breve momento de esta existencia es a través del goce estético de escucharla (o al menos estar cerca). Y así pasó Hunter.
Ya estamos detrás del escenario, en la Av. Javier Prado, estamos todos los ‘animales de la granja Björkhólica’; hay de todo en esta granja, jóvenes, adolescentes, viejos en terno y en jeans. Esta tácita cofradía es un club de tíos alpinchistas que no lloran por no estar en el concierto, pero si lo hacen nadie se ha dado cuenta; ellos escuchan, hablan, caminan, beben unas chatas de ron, otros están sentados en los sardineles del jardín del museo, como parroquianos que se beben un trago en el Yacana mientras un video de Björk está enfrente de sus mesas. Y así van pasando Earth Intruders, Bachelorette, Innocence.
Sentados, en silencio algunos se dicen cosas sin hablar: tú eres como yo, llevas un demonio dentro que gusta de la música de Björk, pero a veces te cuesta dejarlo libre si no estás en el concierto, y aquí te asfixias, pero démosles un nombre a estos demonios para sentirnos aliviados, somos ‘animales de la granja’ que viven su epifanía. Estar fuera no impide escuchar y sentir la música.
Pero los fans son animales que se dejan llevar por el instinto, y los animales no piensan y empujan la gran puerta de fierro que se abre por momentos para que pasen y salgan esos mastodontes del 911. Faltó muy poco para abrir de par en par aquella puerta que se interpuso entre ella y nosotros. Si no se pudo con la puerta otros lo intentan subiendo los altos muros ayudados por los más intrépidos, el primero que lo logra empieza a filmar desde allí y decide luego saltar los 4 metros de altura hacia adentro. No sabemos que ha sido de él, esperemos haya llegado. Lo curioso es que la espalda del escenario tiene una publicidad enorme anunciando el concierto del día siguiente, Toto. Y así pasa Joga.
Había pasado más de la mitad del concierto y llegó lo que para mí era el momento cumbre de la noche, mi canción favorita del Post, Hyper ballad. En ésta Björk dejó cantar a la gente, se podía oír hasta afuera, y el famoso Reactable se podía sentir haciendo vibrar el aire que respiramos. “We live on a mountain right at the top there's a beautiful view from the top of the mountain every morning i walk towards the edge…” Estábamos sin duda en nuestra montaña tirando porquerías para empezar un buen día, en este caso terminar una buena noche. Pasa también un memorable Declare independence.
Alguna vez leí en una novela de Kazantzakis “¡Maldita sea la belleza! Pues carece de corazón y no le aflige el dolor humano”. Pero esta noche la belleza está en lo que estos animales sentimos por dentro en silencio, como esponjas de imágenes, sonidos, perdiéndose en nuestro cielo interior para confrontarse contra el universo del arte.
Quedan muchas cosas por decir, como caminar junto a unos periodistas maldiciendo no poder entrar a cubrir el concierto. Escuchar a unos chicos que habían viajado 30 horas en bus desde Ecuador para verla. Las correrías por desarmar el escenario y llevarse los equipos de sonido y las luces, evitar que un enorme camión nos atropelle. Resumiendo, si había personas que en los últimos tiempos hayan esperado casi sin esperanza eran los fans de Björk, pero ya pueden estar felices.
De recuerdo nos quedan los videos en Youtube, y aquella voz endiablada de Valquiria. Pasé algunas horas de mi vida con los hermanos de la granja, desde entonces no temo nada sólo que Dios o el Diablo borren de mi memoria esos momentos vividos, el recuerdo de aquella sensación sonora, la voz Björk traspasando los muros, las puertas de fierro, y rompiendo el frío de la ciudad. Sin duda ella le había dado voz a una naturaleza que asomó entre sonidos humanos y de la gran máquina.
Hay que tener en cuenta que los hombres tenemos una capacidad limitada de energías para cada momento, y hay que dosificar en cada cosa que hagamos; pero luego de esa noche me fui cargado de buena vibra por un buen tiempo. Ahora sólo quedaba irme con C a tomar mi microbús en la Av. Aviación, y esperar que si Björk vuelve otra vez a Lima estar dentro para contar la historia pero del otro lado del muro.

3 comentarios:

RAMD dijo...

Lo interesante es como defiende su islandes a como de lugar, sus músicos son islandeses también.

Buena por Björk

Martín Vargas dijo...

Una crónica como se dice -cómo decían los viejos maestros- redonda. Y sobre la experiencia, pues nada más gratificante que la voz penetrando en la granja, en esa colección de pequeños demonios a los que el dinero no puede alejarlos (a pesar de los muros)de un orgasmo a pie juntillas. Sin duda una historia que me recuerda la pluma del Emilio de El Peruano.

Emilio dijo...

Es verdad que ella defiende su cultura islandesa y es bueno eso. Martín, lo de la granja se me ocurrió cuando recorde un título de una nota de El Peruano, de un tío español que trajo una muestra de maltrato infantil con imágenes fuertes de pederastia en la red, y se me ocurrió que la imagen de granja encajaba bien aquí... pues somos todos animales... gracias por sus comentarios.