Yo que he caminado más de 30 cuadras bajo una fuerte llovizna con una camisa tan delgada que casi era transparente (todo en nombre del amor), yo que escribí a mano cartas de amor de más de 40 páginas (además de hacer otras cosas que no contaré aquí); no creo ser un anti romántico si le meto un par de patadas al quisquilloso día de los enamorados, el consabido día de san Valentín, al que me gusta llamar desde hace años como el día de ‘san violetín’, de lo morado que debe estar de tanto golpe.
Cuando era adolescente no recuerdo haber celebrado este día, tal vez porque las campañas de marketing no eran tan agresivas como hoy. Vivimos en la era de los regalos en forma de corazón -la odiosa exigencia de regalar- de ir de promoción en promoción como ovejas rumbo al matadero (al final la que muere es la billetera). Pero el amor no muere nunca porque está más allá del comercio, y sólo necesita su pequeño espacio para reproducirse como las ratas.
Desde La soledad de una PC un individuo empieza a mascullar, es un hombre que quiere echar al aire sus quejas por el día de ‘san violetín’; tal vez porque es un enfermizo enamorado que quiere dejar libre el sentido del amor. No quiere disimular por eso no quiere prestarse al juego de la mercadotecnia que le empuja a regalar inmensos ramos de flores, muñecos, cenas en lugares de moda, regalos y más regalos (todo eso se puede dar cualquier día del año, pero no lo ‘obliguen’ que sea este 14). Somos del tipo de hombres que odia hace largas colas porque ese día a todos se les ocurrió celebrar no sé qué.
Nosotros que hemos recogido piedras de la playa para tener un recuerdo del ser amado, nosotros que hemos devuelto al mar un caballo de mar para cumplir una promesa entre amigos, y que cuando vemos a este noble animalito marino atrapado entre manos mercaderes tendemos al rescate; no entendemos por qué debemos demostrar nuestro corazón al unísono del ‘ring’ de las cajas registradoras.
Hay que penetrar la realidad de las cosas para enfrentarla cara a cara contra nosotros, esto de hablar de los corazones rotos y de los amores más felices, se hace difícil entre vendedores que nos atosigan con su tácita bandera, la necesidad de comprar y regalar en nombre del amor y la amistad. Habría que buscar el mal menor, o sea la nada; al diablo con el día de ‘san violetín’.
Yo que declaré mi amor muerto de la forma más explícita tras quince años de silencio (dicen que el silencio es la sabiduría de los que viven presos), no entiendo que tiene que ver la casuística del amor en fanfarrias de compras de regalos. ¿Es qué vivimos en un mundo donde ya está escrito cuándo se da regalos y cuándo los recibimos, sin importar que uno tenga ganas?
Como decía el maestro Ciorán: “El escepticismo es un ejercicio de desfascinación”; y tras el día de ‘san violetín’ está implícito un pensamiento escéptico que busca desarticular el montaje monetario que enfatiza la raída realidad de las cosas, el amor y la amistad no se compran con regalos. Puesto que el mercadeo del amor es un mecanismo de artificios organizados para mover este mundo, que gira al danzón bursátil y de la desaceleración de la economía, guardemos billeteras y resistamos estoicos.
Nosotros que hemos resistido de pie las más duras verdades en nombre del amor podemos hacerlo, así que en vez de un ramo de rosas mejor un beso y unos tragos (si están de oferta mejor). Como alguna vez me dijera una mujer que amé, “no tenemos que ir a ese restaurante caro, creo que nos basta un café y un chancay porque lo que importa es que estemos juntos”. Al final ella se fue de mi vida, yo me quede con menos dinero (pero ahora me dura el doble la hoja de afeitar diría Cisneros), y con un dolor en el corazón. Gajes del oficio del enamorado.
Para los despechados y solitarios mi solidaridad por tener que soportar toda la retahíla de golpes de cursilería, que de seguro algunos tragos aliviarán, para al final terminar escuchando la famosa frase: yo la quería patita. Tal vez el amor tiene que ver más con las historias desgraciadas de las óperas, aunque el amor no debería ser el sufrir la vida tiene la costumbre de mezclar. Cuando uno se enamora el amor sale con carnecita y hueso, ‘caserito’.
Al final depende de cada uno que hace con su tiempo, su dinero etc. Pero a mis amigos les digo ya saben mi celular, que para beberse unos tragos cualquier día del año es bueno, y mejor si es que nos invitan.