viernes, 23 de marzo de 2012

Festival de orgasmos, Morrisey en Lima… I touch miself




Unos calatos, un travestido, un tío que no deja que coma un sanguchito de pollo, unas vendedoras caletas de Brahma vendiendo chelas a las tribunas; la noche tenía a sus extraños habitantes esperando unas canciones de la conchasumadre, así de categórico. Estaba allí, frente al cantante de esas canciones oscuras de mis días en el colegio.

Solía pensar que algún día llegaría el placer de sentir una sensación parecida a la que esperan los heroinómanos, acaso oquedades racionales y vivir lo que haya que vivir. No tratar de entender y cantar los himnos de tus frustraciones, compartir tu pena con el que está al costado, aunque en verdad estamos solos, la verdad es que esa noche estaba más solo que nunca, pero viviendo una felicidad fugaz.

Empecé a temblar de la emoción, era una situación incontrolable hasta la segunda canción. La primera: “First Of The Gang To Die” parecía cobrarse la vida de aquel tipo que era yo, un solitario en medio de miles de fanáticos de Morrisey. Toda mi humanidad, mi sangre, mis dolores, mis amores, mis odios, fragilidades; era secuestrada por canciones más tristes que los cielos del invierno limeño.

Maldije no haberme arriesgado a traer la puta cámara de fotos, pero tampoco se trataba de pasarme el concierto como un cojudo filmando. Lo que había que hacer era disfrutar de la música.

A mi lado estaba una pareja, era un chico veinteañero saltando y cantando hasta sacarse eso que llevamos dentro hasta que sale como un volcán en erupción, su enamorada también cantaba -en realidad trataba- pero era él, el fan. Así había varias parejas por donde estaba.

Parece que los más acérrimos fanáticos de Morrisey son hombres. Parece, digo. Pero yo estaba solo, como el caballero oscuro de la noche, pero vestido de blanco, porque así salí apurado del trabajo de “inmaculado heladero”.

En un arranque de locura alguien cantó convencido llévame contigo esta noche a cualquier lugar, no importa que nos choque un omnibús de 10 toneladas y nos saque la mierda; “el placer y el privilegio será mío”. Allí, en medio de los diez mil asistentes alguien habría dicho: “Mientras más me ignores más me aferro”, y así éramos todos jodidamente felices a nuestra manera.

Sucedió que esa noche un orgasmo musical se convirtió en un festival, y ese placer es como una pequeña tempestad de arena que cambia de dirección sin cesar, a veces nos hace llegar juntos en alguna canción; otras te toca a ti mismo llegar.

En mi caso creo que llegué al paroxismo con la trágica “There is a light that never goes out”, y con “Speedway”. Tal vez habría sido demasiado placer escuchar: “This charming man”, “Bigmouth strikes again”, “Heaven knows Im miserable now”, “Barbarism begins at home”, “Boxers”, “Interlude” o “Suedehead”; canciones ausentes en el concierto y en la gira Sudamericana, pero más vivas que nunca en el recuerdo, y con el sueño intacto de que algún día podríamos escucharlo en una próxima gira. ¿Por qué no?

¿Por qué me gusta la música de Morrisey? Por sus letras oscuras, dramáticas, historias de una vida de mierda cubierta con el más hermoso disfraz lírico; Me gusta también por su performance como showman, por sus ganas de joder con su sarcasmo british, como si el humor negro llegara a las venas a través de sus canciones.

Más de uno habrá esperado que Morrisey dijera: Chile, Chile, o alguna referencia ajena a Lima. Pero no, llegó diciendo que quería cantar en la ciudad de los reyes, y eso era bastante.

Es verdad que siempre extrañaremos la estructura musical que le daba Jhonny Marr a The Smiths, ese sonido envolvente y poderoso que nos hundía para siempre en la atmósfera de los ochenta. Pero ya no existe tal posibilidad y no hay que estar pidiendo imposibles a estas alturas de la noche, de la vida, nada. Caballero, a seguir escuchando las grabaciones de los conciertos en vivo de la época de The Smiths, y disfrutar en el recuerdo lo que Morrisey entregó en su concierto en Lima.

Creo que esa noche del 14 de marzo en el Jockey Club fue y no fue así. Cómo saberlo con certeza luego de esperar tantos años por un ícono de tu mundo musical. Al final hay que vivir ese orgasmo musical, pero como estoy solo I touch miself… o sea un pajazo. De eso se trata al final estas líneas.

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