lunes, 31 de diciembre de 2007

No hay campeonato pero hay escabeche y cerveza



Las mentadas de madre a todo pulmón han quedado atrás, ahora sólo nos queda comer todo el escabeche de pollo que podamos y beber toda la cerveza que el cuerpo permita; otra vez el campeonato se le ha ido de las manos al Once Estrellas, pero no vamos a llorar por ello sino a emborracharnos que la vida no está para lamentaciones sino para encarnar en este momento a unos epicúreos de barrio.

Once Estrellas es un equipo de fútbol de la liga experimental de San Gabriel Alto, Villa María del Triunfo, Lima (Perú). En febrero de 2008 cumplirá 31 años de creado. Hasta donde recuerdo en toda su historia no ha campeonado en la liga del barrio, quizás lo haya hecho en algún campeonato relámpago en sus primeros años. Pero ahora todo es distinto en el fútbol, antes se jugaba por amor a la camiseta y ahora por dinero, antes en terrales y sin árbitros, ahora en canchas reglamentarias de césped y con arbitraje de la vil maquinaria de la FPF.

El equipo ha sido fundado por ‘Pedrito’, un vecino cincuentón oriundo de Lunahuana, y por algunos entusiastas vecinos deportistas. De ellos sólo ha sobrevivido ‘Pedrito’, quien ya no anda en las correrías del equipo con sus contemporáneos fundadores, sino –como dicen los chicos de hoy- con la ‘batería’ adolescente que es ahora la hinchada que ha traspasado el jr. Miguel Grau, y se ha extendido calles más allá y hasta Europa como no.

Por muchos años el equipo había estado atrapado en la segunda división de la liga, las veces que disputó la final para ascender a primera perdió, pero nos ha dejado algo para recordar, mucha emoción. Ascendió hace tres años por puntos (que no es un regalo sino que ahora ascienden dos y no sólo el campeón), y este domingo 23 de diciembre del 2007 jugó su primera final en primera. Hasta allí la presentación formal.

Los hinchas del Once Estrellas –que suelen ser unos zascandiles- son en su mayoría vecinos de la calle y alrededores (no son todos porque el club no es monedita de oro); pero desde hace algunos años ha sumado a simpatizantes de calles más lejanas por alguna razón extraña, tal vez porque los otros clubes son más cerrados y el nuestro no se reserva el derecho de admisión, y son bienvenidos por igual los formales funcionarios de la Sunat y los borrachines de las esquinas.

En la final del domingo los roles estuvieron repartidos así, los sufridos hinchas del equipo siguen sufriendo (que para eso están), mientras el otro equipo se tapona los oídos para no escuchar el sinsabor de los que pierden. Llevamos la maldición del Municipal, no hay vuelta que darle.

Todo anda mal, para empezar me he perdido el primer tiempo porque fui al vetusto y pobretón estadio a la hora pactada, y me entero que el partido empezó una hora antes (maldita informalidad). Así mientras una hora antes acompañaba a una amiga que odia el fútbol a comprar sus regalos navideños, los algo más de 200 hinchas asistentes del Once Estrellas han gritado a todo pulmón el único gol del equipo.

Este hincha ha llegado suelto de huesos al artesanal estadio, paga su entrada y repite la cábala (que parece ser no es la correcta), alejarse de la barra e irse a occidente con pocos hinchas, algunos dirigentes, dos camarógrafos y un par de exaltados que ningunea a quemarropa a los jugadores de mi equipo.

Este cronista ha ido (a diferencia de la última vez que jugamos una final, con su fiel mp3 que tiene las canciones que bajó un día antes de la web oficial de Robi Draco, es un hincha que no se enamora del grupo Caribeños, es más bien dark). Prefiero estar solo porque no me salen las mentadas de madre junto a la barra, prefiero escrutarlo todo en silencio y ahogar los gritos en respiraciones entrecortadas y el violento latir de mi corazón.

No necesito decir que el equipo está lejos de practicar el jogo bonito, más bien se parece a la selección, pero sin Pizarrón ni metrosexuales en la cancha, y tiene más bien a algunos reciclados de la Copa Perú y alguno que otro chancadito como el Chorri del Especial del Humor. Para la memoria nos queda la voz del maestro Tim hablar del toque de sabor, Ají no moto; y para este momento el toque de la hiel, perder.

Como hincha seguiré inventando un motivo para seguir yendo al estadio para ver jugar al equipo, aunque haya jugadores que se abandonan al destino y sólo les interesa cobrar sus honorarios. Voy y seguiré yendo porque tal vez uno de mis hermanos es dirigente de mesa, y el otro el único jugador titular del equipo que juega sin cobrar, amor por la camiseta en los tiempos del todo se compra todo se vende. Debo precisar que los jugadores vienen de todas partes de Lima, y sólo dos o tres son del barrio.

En el estadio casi cuadriplicamos en número de hinchas al otro equipo, por momentos todos saltan como si al hacerlo se salvaran de ir al infierno. Están presentes la inmensa banderola con los colores del equipo, el papel picado, el bombo, la matraca, sólo falta el gol que marque la diferencia. Tenemos la misma camiseta que la selección brasileña, esa es la histórica indumentaria aunque alguna vez hayamos usado la del Bayern Munich por la moda Pizarro.

El otro equipo es un conjunto irregular, su cualidad es asustar con pierna fuerte, escupitajos, golpes secretos, insultos, no es un gran equipo pero hace lo suficiente con la rudeza del juego. El Once Estrellas trata de jugar de una manera romántica, pero por desgracia aquí la figura del héroe es un lastre, siempre hacen una de más y no juegan en conjunto, dos o tres quieren llevarse la gloria y asegurarse un mejor contrato para el próximo año. Para variar al árbitro le gritan de todo, fuera y dentro de la cancha; hay que tener vocación suicida para arbitrar donde si te linchan no te salva nadie.

Faltan cinco minutos para el final y el otro equipo mete el gol decisivo. Los minutos finales los dedico a reflexionar sobre la naturaleza de los hinchas (tener esperanza está bien para los chicos de 15 años pero no para mí). Los hinchas son de alguna manera la expresión moderna de la remota tendencia de formar grupos de machos para la caza (así se me antoja interpretar al zoólogo Desmond Morris). Y las mujeres –claro- se quejan a menudo de que vayamos al estadio con los amigos y se ponen en la absurda posición: ¿tu partido o yo? Ellas pasan pero el equipo no se va nunca.

Cada vez hay más chicas en la barra, ya no es raro ver a algunas vecinas gritar más fuerte que algunos hombres (por mientras más que yo). Es un espectáculo verlas perder la compostura y soltar más ajos y cebollas que una avezada verdulera de la Parada. Hay detrás de la hinchada una hermandad tácita de solidaridad que ha roto las diferencias de género (así ya no podrán quejarse las chicas de Flora Tristán y Manuela Ramos).

En el estadio somos todos casi iguales. Nos reunimos para beber cerveza como Homero Simpson y gritar como descosidos -y como no- buscar chicas lindas con la mirada en el intermedio, es que ellas son el intermezzo entre el cielo y el infierno, ganar o perder. Aquí nadie viene a hablar de la Crítica de la Razón Pura, ni de las últimas medidas tributarias del Ejecutivo de cara al TLC; no, aquí se viene a vivir nuestra animalidad.

El partido ha terminado, hemos perdido. No hay lágrimas sólo amargura, y algunas carajeadas secretas. El entrenador (que lo hay y no hay), maldice la falta de previsión, que no se haya citado a los jugadores una hora antes del partido y que estos lleguen con las justas, que hayan faltado jugadores clave, que no se haya presionado en mesa por que en el otro equipo haya jugado un tipo sin la indumentaria completa. Es la historia de siempre, hay que joderse por ser un equipo de barrio, hay que joderse porque somos el espejo de lo que existe en la FPF y el fútbol dizque profesional del Perú.

Nos vamos al barrio con la cara baja, algunos como si nada. El otro equipo con sus cuatro gatos ocupa la avenida con su banderola, nosotros nos dispersamos como hojas arrancadas de los árboles. No hay actos violentos como en anteriores finales, donde algunos seguidores se agarraban a fierro, puño, pedrada, lo que haya a la mano; como el equipo aquel que tenía hinchas que eran poco menos que delincuentes, y que no tenía problema en invadir la cancha, parar el juego y arrojar piedras con intención de matarte porque les van ganando 5 a 0.

Ya en el barrio las penas se olvidan. Las botellas de cerveza invaden la calle, y esta se cierra y no pasa ningún automóvil. Como de costumbre la casa del fundador es el punto de reunión. Decenas de personas forman distintos grupos, el club es eso, compartir conversación y los platos de escabeche de pollo que salen generosos de mano en mano.

Todo es filmado (el partido también obviamente), para luego enviar esta grabación a los socios que viven en Europa, quienes religiosamente envían cada mes sus aportes para los gastos del club. Uno de ellos está en Madrid, y ese domingo 23 a él poco le importa el clásico español sino como le fue al Once Estrellas.

Toda la tristeza de no campeonar se nos va de encima, hacemos de tripas corazón y la gente se entrega al bullicio, y se ahoga ríos de cerveza hasta la madrugada. El próximo año nos irá mejor (siempre hay que decir eso para engañar al ego herido). Cerramos las ventanas del campeonato 2007, y abrimos la puerta del 2008.

Con el amanecer la calle queda con los rezagos de la sombra bohemia, los borrachos de siempre han dejado el barrio con aquel olor acre. ‘Pedrito’ limpia todo, como siempre. Seguimos nuestras vidas, es víspera de navidad.

Como corolario hay que decir que el equipo que ganó fue el Mariátegui, por un marcador de 2 a 1; pero que consiga su blogger para narrar su victoria. El segundo lugar nos ha dejado 600 soles de premio (aproximadamente 200 dólares), hemos perdido los 900 restantes del primer lugar; pero la campaña debe haber costado cinco veces más que el premio del subcampeonato.

La historia del Once Estrellas es muy larga, pero estamos obligados a simplificar 30 años de alegrías y de penas. Quedan pendientes las broncas callejeras de antología, y la muerte de uno de los hinchas acérrimos, Juanito, cuyo rostro llena la banderola del equipo. Nos espera una fiesta por los 31 años, y vender la publicidad de la camiseta para financiar el 2008.

2 comentarios:

Martín Vargas dijo...

Qué te puedo decir, me ha entretenido la historia, al punto que me hubiera gustado ser parte de ella y escribirla como tú lo has hecho. Me hizo recordar la vida (igual de sufrida, igual de informal) de un equipo argentino (no sé si es un reality finta o si existe realmente)que pasan en Fox Sport.
Melancólica, provinciana por naturaleza, cosmopólita gracias a tu pluma, jocosa y hasta cierto punto uno termina queriendo un poco al Once Estrellas (vaya nombrecito!!!)
Y claro, qué importa quién ganó. Lo que aquí queda es el sabor saladito de la derrota inminente y previsible, y la posibilidad de la revancha (aunque sea) sobre el teclado.

Saludos,
MV

Anónimo dijo...

Así es el fútbol de sufrido... hasta que por fin reapareciste, oye tío sigue pendiente lo del 8 de diciembre... he estado celebrando ya varias veces, ayer mismo con unas amigas que me jalaban para la Av Brasil... ¡No Brasil!